miércoles, 14 de marzo de 2018

LENGUAJE DE MENTIRAS CORPORAL





La mayoría de las personas con las que tratas a diario son grandes mentirosas. Según un estudio realizado en 2002 por la Universidad de Massachusetts, 60 por ciento de las personas miente en una conversación de 10 minutos, y en ese tiempo, dicen en promedio dos a tres mentiras. Por fortuna, las mentiras son bastante fáciles de detectar; sólo hay que conocer las señales. En el libro El lenguaje corporal de los mentirosos. La doctora Lillian Glass, experta en lenguaje corporal, explica que debemos prestar especial atención a las expresiones faciales y los movimientos corporales.
Sin embargo, Paul Ekman aseguraba que ni el mentiroso más experimentado puede controlar de manera indefinida lo que la ciencia ha resuelto en llamar microexpresiones faciales. Unos pequeños movimientos faciales casi imperceptibles que duran milésimas de segundo y que son extremadamente difíciles de controlar conscientemente. Cuanta más información tenemos, más justos y precisos tienden a ser nuestros juicios de valores, y por extensión, nuestra toma de decisiones.
La detección de mentiras es un complejo fenómeno social en el que participan normalmente dos personas, el detector y el potencial mentiroso. Como especie somos pésimos mintiendo y, de igual forma, pésimos detectando mentiras. Aun agrupando todos los indicios para detectar mentiras, esto solo servirá para reducir la incertidumbre sobre si una persona miente o dice la verdad; nunca, de manera absoluta, decantarán la balanza para un lado u otro. Sin embargo, con determinado entrenamiento, podemos mejorar y ponernos al nivel de los mejores profesionales.
¿Quién tiene el derecho a hacerlo, a arrancar la máscara y desvelar el rostro real? Paul Ekman advierte que “Ciertamente, los agentes de la autoridad. Aunque he sostenido, de forma reiterada, que los agentes entrenados para detectar micros deben ofrecer a aquellos con los que hablan la posibilidad de usar una máscara facial”. Es decir, respetar que los seres humanos mintamos, socialmente, por un bien mayor, por no dañar, por autodefensa, por minimizar o exagerar hechos o por lo que sea.
Lo que, es más, son muchos los profesionales (abogados, negociadores, políticos, banqueros, operadores comerciales, vendedores, etc) cuyos intereses no siempre son los ideales, y ahora pueden, sin previo aviso, invadir la privacidad de sus interlocutores.

Los formadores en la materia no nos paramos a pensar en estas cuestiones cuando entrenamos en esta potente herramienta de comunicación no verbal, permitimos la invasión en un terreno muy privado de la vida de las personas: los sentimientos que no quieren que todo el mundo (y, a veces, nadie) sepan que están experimentando.
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